jueves, 19 de septiembre de 2013

Julio.

Ocho y cuarto de la mañana, lunes. Yo solía escribir, me digo a mí misma, mientras pongo en marcha la cafetera. Me recojo el pelo, me lavo la cara con agua fría en un vano intento de despertar. Solía trasnochar. Me detengo frente al espejo, y por primera vez en mucho tiempo, me miro, me miro de verdad. Yo solía llorar por lo que me dolía. 
Es una misión suicida, lo sé. Esto de fingir (y llegar a creer) que en realidad no importa, que tal vez más tarde irá mejor. "Inténtelo más tarde". Sí, más tarde, puede que mañana... Parece un día normal, pero hay un error de servidor, algo falta. Alguien, tal vez... Hoy, un inmenso abismo separa lo que es y lo que debería ser. Lo que merezco y lo que tengo. El café está listo. Abandono el espejo para observar el estampado celeste de la taza mientras se me enfría. A veces pienso que si me doliese, si me doliese el pasado y no el futuro, como antes, quizá podría sentir que realmente estoy viva.

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