Además de arroparme con
sus lienzos y vestir sus eternas canciones, también suelo escribirle al tiempo.
Me fascina demasiado para matarlo, como hacen los demás. Me arrastra en cada
soplo por estos bulevares como la marea, pero nunca para a tomar una copa.
Nunca se deja seducir, nunca se enamora. Tampoco se detiene a meditar. Busca entre generaciones un rincón al que evadirse de
los mortales que lo miden en segundos y lo pesan en siglos, y lo retratan en
sus horarios. Él es realidad en estado puro. No hará milagros, ni te perdonará la vida, y
si le rezas no te escuchará. Pero si te esfuerzas con tu obra, quizá la haga
inmortal.
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